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Entre libros, libreros y librerías

Librero

«Los grandes grupos no podrán asfixiar al pequeño librero independiente hasta arrebatarle la existencia»

George Orwell

Siempre me causó curiosidad el gran conocimiento que tienen los libreros sobre títulos y autores; una gran competencia enciclopédica. Cuando entraba en las librerías me encontraba con algunos hombres y mujeres, que parecían conocer todos los libros del mundo y que, más que conocer, demostraban maestría no sólo en los títulos y en los autores sino también en sus contenidos, en los ritmos y en los estilos bajo los cuales estaban escritos, en las corrientes en las que se enmarcaban y en un sinfín de atributos que solo un libro puede contener.

Quizá, mi pasión por los libros fue la que me llevó a entrar en el mundo de los libreros y digo entrar porque mi primer empleo, cuando tenía 19 años de edad, fue en una de las librerías, que, por aquellos días, gozaba de un gran prestigio en la ciudad. Recuerdo que la primera instrucción o recomendación que me dio el jefe; mi maestro en asunto de libros, de poesía y de algunas otras cuestiones existenciales y delirantes, fue: recorra las secciones, acaricie los libros, mírelos, huélalos, lea sus nombres porque es importante que cada libro sea llamado por su nombre. Si encuentra alguno que aclame su atención, no se preocupe por el tiempo, tómelo con cuidado, abra sus páginas y deje que sus ojos recorran, sin miedo, cada una de las palabras y de los verbos conjugados que le dan vida a las imágenes escritas que allí esperan por usted.

Durante seis años aprendí el oficio de librero, no llegué a ser uno ellos porque para eso se necesita haber vivido entre los libros mucho tiempo, amarlos profundamente y no verlos, únicamente, como un bien comercial o como un objeto capitalizable. Es obvio que las librerías subsisten gracias a la comercialización de los textos y que los libreros perviven (además de la convicción de querer ser) porque existen las librerías y los lectores.

No es el acto de vender los libros el que hace al librero sino la forma de referirse a ellos, la manera de encontrar el título exacto para cada lector, de saber, a ciencia cierta, qué es eso que están buscan las personas que entran en la librería. Y esto es, en resumidas cuentas, lo que diferencia a un vendedor de libros de un librero. El primero -en el caso hipotético en el que pierda su empleo dentro de una librería- puede desempeñarse perfectamente en cualquier otro oficio; ofreciendo zapatos, administrando una licorera, una charcutería, una verdulería e incluso podría desempeñarse como proxeneta, si su estado emocional y moral se lo permitiera, claro está. El otro, por su lado, buscaría una nueva ocupación (a pesar de que pueda desempeñar muchas otras labores en el mundo) en la que los libros puedan ser el medio por el cuál su práctica profesional se vea valorada y explotada, en el buen sentido de la palabra.

Entrar en una librería y no encontrar a un librero que se tome su tiempo en saludar y que, luego de un rato, pretenda tender una conversación con usted, sin el interés de venderle más allá de lo que le pueda interesar y que logre ser producto de una conversación interesante, es como entrar en un supermercado buscando sólo un objeto que no tendrá más valor que el asignado por una moneda y su uso mediático. Los libreros le dan un valor agregado a cada título recomendado y eso marca una gran diferencia entre las librerías y las librerías que funcionan como almacenes de cadena.

Las librerías en mi país muestran fuertes síntomas de deterioro, de cierres inminentes en contra de la voluntad de los pocos o muchos lectores que puedan existir. En mi ciudad es más fácil que cierren las librerías y que se abran los casinos, los bares, las discotecas o las clínicas para cirugías plásticas. Cada que una librería se cierra -permaneciendo aquellas que funcionan como almacenes de cadena en dónde los libros son sólo un artículo de lujo y un bien comercial-muere poco a poco la tradición librera.

Los libreros se forman al interior de las librerías porque allí, además de todo el trabajo que implica este negocio, generan un lazo entre el lector (el comprador de libros que termina siendo un amigo), el libro y el conocimiento; en dónde se generan diálogos con alto contenido académico, intelectual y onírico, de allí que los verdaderos libreros sean unos intelectuales sin certificados colgados en la sala de sus casas y sin un reconocimiento institucional. Este tipo de formación (y digo esto porque creo que la interacción dialógica con el otro, el compartir ideas y el reconstruir ensoñaciones a partir de la conversación es el principio de toda educación) es la que se está perdiendo cuando únicamente las grandes librerías, las que son almacenes de libros, permanecen y se expande con el cierre apresurado de las pequeñas librerías.

El librero Rafael Vega decía, no como una predicción sino como una realidad, que era difícil que el libro desapareciera con la llegada y el abuso de las nuevas tecnologías.Y si esto es cierto las librerías tampoco lo harán, al menos las grandes y expansivas tiendas de libros porque las pequeñas librerías, en donde era posible tomarse un café bajo algún acorde de Bach o Chopin mientras se entablaba una conversación al calor de los libros, poco a poco han comenzado a desvanecerse y con ellas se ha empezado a desvirtuar el oficio de librero por el de un simple vendedor de libros.

Luego de tres años de no trabajar directamente con libros he recordado la última frase proferida por mi amigo, antiguamente mi jefe en la librería y quien la vocifero antes de mi renuncia irrevocable a mi aprendizaje de librero: una vez se comience a interactuar con el libro es imposible dejar de hacerlo en una vida futura, y acá estoy, ahora, atrapado en el mundo de los libros, de los libreros y de las librerías…