El noctívago

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El coleccionista de pulsaciones

 

No existen métodos para tocar el cielo
pero aunque te estiraras como una palma
y lograras rozarlo en tus delirios
y supieras al fin como es al tacto
siempre te faltaría la nube de algodón

Mario Bendetti


Hoy es azul profundo, no hay una sola mota de algodón que simule vida en esa infinidad. Ayer fue rojo sangre con espuma y estrías aéreas combinado con un rosa ozono y un azul mar Caribe. Hace dos días fue de un gris atormentado, eléctrico y sonoro, un gris lloroso… Ocho días atrás el cielo sólo era olor a vodka con yerba, lleno de nubes polimorfas y retinas delirantes.

Me gusta mirar el cielo, ¿qué más puedo decir? A veces cierro los ojos e imagino que lo veo mientras el viento atropella mis apéndices y penetra mis poros, podría incluso hacer un inventario de ellos, catalogarlos por sabores, por colores y por amores, por sonidos, incluso por sueños ¿Quién no se ha detenido por un instante a mirar el vuelo de las aves y el zambullir de sus cantos en ese mar de oxigeno que cubre nuestras cabezas? ¿Quién no ha soñado con tener un par de alas y volar tan alto como Ícaro y sobrevivir cómo Dédalo, su padre? ¿Quién no ha jugado a encontrar formas en cada nube transeúnte, en cada crepúsculo cromático en las tardes de verano?

De niño quería ser aéreo pero me tocó vivir terrestre, cuando chico perdía mis horas viendo caer la tarde, elevaba cometas o bolsas atadas a un hilo de lana y mientras ellas volaban yo soñaba que mi cuerpo era liviano y podía flotar sobre ellas, en las noches me creía astronauta y navegaba sin ningún traje protector, ya no respiraba oxigeno sino éter, quizá ni respiraba, de estrella en estrella buscaba el sueño y la exoneración de esta nostalgia de sentirme terrestre, de ser tan pesado como una roca, de detestar la gravedad vertical… Cuando la noche acababa me desprendía de la estrella más lejana sobre un gran manto negro que se teñía de azul oscuro y rojo ozono, mientras caía, en algún momento de ese viaje a la realidad, me encontraba con Alazor, nunca hubo tiempo para un saludo, él llevaba su paracaídas, yo en cambio aterrizaba en mi cuerpo con la fuerza de un meteorito que entra a la órbita planetaria y choca con la superficie.

Una vez el cielo fue amarillo tierra, lleno de aves que volaban en todas las direcciones, unos minutos más tarde el violeta anunciaba la noche y una estrella fija indicaba la ruta de los caminantes y los marinos, mucho tiempo atrás el cielo nocturno era color sexo sobre las terrazas… también disfruto el cielo nocturno y las ciudades que con sus lucecitas intermitentes simulan un campo donde pastan las estrellas en las noches.

A veces me pierdo en el vuelo del azulejo porque con sus alas se abre y se cierra el azul del cielo, ellas sostiene las alturas como Atlas al mundo, el azulejo se lleva mi alma cada que cuelgo mis ojos sobre el crepitar de las tardes, cada que imagino que el horizonte es una gran mujer desnuda recostada sobre la tierra, cada que mis sueños se confunden con las hojas que adornan las copas de los árboles y cada que recuerdo que mis pies son sólo raíces que me impiden volar como lo hace él.

Me gusta coleccionar nubes y pájaros inquietos sobre los tejados, me gusta sentir las noches golpeando mi rostro y saber que cada cielo es un recuerdo, una sensación en la piel, un beso extraviado en bocas ajenas a la mía… ¿qué puedo decir? Me gusta coleccionar sensaciones y adherirlas a mi latir y al respirar de mi alma… sólosoy un filatelista de pulsaciones.